Cuenta la leyenda que Júpiter cuando vio a “Ío”, la bella ninfa hija de Ínaco, el dios de los ríos, la tomó contra su voluntad para convertirla en su amante. Para ocultar su adulterio, el padre de los dioses, cubrió la escena del delito con una neblina pesada pero Juno, su esposa, al sospechar que algo estaba ocurriendo, despejando la neblina, bajó a la tierra para averiguarlo. Júpiter, para ocultar a su amante de Juno, decidió convertirla en una vaca pero su esposa comenzó a sospechar de la existencia de este animal y luego de hacerle varias preguntas a Júpiter le pidió que la regalara. Así fue que “Ío”, transformada en vaca, fue entregada a la más celosa de las doncellas que la colocó bajo la custodia de los ojos de Argos.
“Ío” podía pastar o rumiar tranquila durante el día, pero en la noche tenía que regresar con su guardián. Cansada por no poder comunicarse con sus afectos para que la reconozcan, "Ío" le imploró varias veces a su guardián misericordia a través de sus mugidos, pero fue en vano.
Incapaz de hacer un sonido significativo o incluso un gesto inteligible, “Ío” encontró la forma por medio de su pezuña de llegar a comunicarse con su padre. En las arenas del río de Inaco, el mudo animal trazó las letras de su nombre. En este caso dos figuras del alfabeto la i y la o bastaron para narrar todo el relato de la triste mutación.
“Ío” sufrió una metamorfosis debido a que la ninfa se transformó en un animal que no poseía ninguna de las características de la deidad antropomórfica nacida de Ínaco. Pero para hablar de una transformación verdadera debe haber algo que indique que se ha producido, algo en la nueva forma debe marcar el cambio, un rastro que de testimonio de la mutación: “un elemento ajeno al nuevo cuerpo y a la vez contenido en su interior que se remonte a la forma anterior que tuvo alguna vez”[1]. En el caso de la vaca es la palabra escrita la que revela la metamorfosis.
Como “Ío”, “el Mono que Ladra” nos recuerda la verdad de nuestra mutación. Para que la transformación en hombre haya sido posible debe haber algo que indique que se ha producido, algo que se remonte a la forma anterior que tuvo alguna vez… siendo en este caso, el mono.
Como “Ío” transformada en vaca pudo dibujar su nombre en la arena del río de su padre y sin saberlo escribir la totalidad de la escritura humana, quizá sea el hombre que transformado en mono nos revele la capacidad de componer, con palabras, la verdad de su canto.
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